sábado, 27 de febrero de 2016

Renoir: la polémica está servida

Seguimos con el mes dedicado a Montmartre para hablar de un suceso que está ocurriendo con la obra de uno de sus más importantes vecinos: Pierre-Auguste Renoir.

En los últimos tiempos ha aparecido en el revuelto mundo del arte moderno, una corriente llamada La pintura de Renoir apesta que pide la retirada de varias obras de Renoir de los museos más importantes del mundo. Parece ser que este movimiento se inició en Boston, donde varios aficionados al arte pidieron que el Museum of Fine Art de Boston retirara de sus paredes las obras de este artista y ahora la corriente se ha propagado por todo el mundo siendo Instagram su principal soporte.

Una sala del Orsay llena de cuadros de la última etapa de Renoir

Entre las críticas destacan aquellas dirigidas a su representación de los árboles, los niños y las mujeres. De los primeros, afirman que parecen salidos de una pesadilla; de los segundos, que parecen muñecas peponas y que a sus manos les faltan dedos y que sus ojos son vacuos y carentes de expresividad. Algunos exaltados afirman que sus obras son terrorismo estético pero todos coinciden en su falta de técnica, en especial, el dibujo mediocre y las figuras humanas lánguidas, de volúmenes desproporcionados y nula expresión.

Para algunos, Las Bañistas son dos enormes y grasientos cruasanes tirados en la hierba

Dentro de la longeva carrera artística de Renoir, hubo diferentes etapas. Ya era un pintor veterano cuando se unió al movimiento impresionista del que fue uno de sus principales representantes. Aunque, a partir de 1883 lo fue abandonando porque, como él mismo dijo, «al final había llegado a la conclusión de que no sabía ni pintar ni dibujar. Dicho en pocas palabras, el impresionismo llevaba a un callejón sin salida. (...) Si un pintor pinta directamente del natural, en el fondo no busca sino efectos del momento. No se esfuerza en plasmar, y de pronto, sus cuadros se hacen monótonos.» En ese momento empezó su periodo seco en el que se da más importancia al dibujo y a la luz que al empleo del color y a la viveza de las pinceladas. Profundizando en este nuevo estilo, en 1890 comienza su periodo nacarado, suave y dulce, donde juega con los efectos de la transparencia. Harto de pasar penalidades económicas y de mudarse constantemente de domicilio y con esposa y tres hijos a su cargo, fue esta nueva manera de pintar la que valió sus mejores críticas y sus mayores ventas. Se trata de un estilo más comercial, cercano al gusto burgués de la época, con rollizas y sensuales mujeres desnudas y niños mofletudos que parecen salidos de un baile de muñecas tontas. Precisamente, éstas son las obras con las que los seguidores de Renoir apesta hacen sangre.

Para Renoir apesta, en Gabrielle con la rosa los pechos y las mejillas son intercambiables

Como cualquier pintor de su época, Renoir fue cambiando sus gustos y sus influencias. Sisley, Ingres, Velázquez, Rubens... todos estos grandes maestros le sirvieron de inspiración a lo largo de su vida, aunque la verdad es que nunca llegó a igualarles. Es cierto que en muchas de sus obras, en especial, de su último periodo, se nota la falta de técnica en las desproporciones humanas: cuellos del mismo tamaño que la cabeza, brazos mal contorneados, hombros que son seis veces la proporción de la cabeza... y esto se hace más evidente en los dibujos o bocetos que se conservan de él. Eso no quita para que Renoir también fuera el pintor de grandes obras como El baile del Moulin de la Galette, El columpio, El jardín de la rue Cortot o Place de Clichy. También es cierto que sus mejores obras las pintó mientras residía en Montmartre y que precisamente ellas son las únicas que sus detractores salvarían de la quema general. Sin estos cuadros, es probable que Montmartre fuera mucho menos conocido.

Hay que reconocer que la Odalisca con babuchas está bastante desproporcionada

No se trata sólo de las características de la pintura de Renoir, otro motivo por el que ahora es mucho menos popular es por el cambio de gustos en el mundo del arte y en la sociedad en general. De hecho, el Metropolitan de Nueva York retiró una de sus obras de su exposición pero esto no tiene nada de raro. Hay que tener en cuenta que, en los museos, las obras vienen y van: hay algunas muy significativas e importantes que siempre están expuestas y que nunca se prestan y, en cambio, otras están expuestas un tiempo pero luego vuelven a los fondos. Muchos expertos dicen que las mejores obras de los museos están en sus fondos y no en su paredes. No nos engañemos, muchos museos se han convertido en centros comerciales en los que lo único que importa es que crezca el número de visitantes y que éstos se dejen una buena cantidad de dinero en ellos. El mercantilismo se ha apoderado del mundo del arte y los museos prefieren exponer sus obras más populistas o de autores muy reconocidos aunque sean obras menores y tener guardadas otras que quizá tengan mayor importancia en la historia del Arte y mayor calidad técnica pero son menos famosas o de autores menos populares. Podríamos decir que es un tema de personalismos: los museos prefieren colgar cualquier mediocridad pintada por un pintor de renombre que colgar un buen cuadro de uno desconocido. No todo lo que pintaron los grandes maestros tiene la calidad suficiente como para estar colgado en un museo (eran humanos, tenían obras mejores que otras) pero, en cambio, cualquier museo quitaría un buen cuadro de un pintor menos reconocido para colgar lo peor que hayan pintado esos famosos artistas en su vida. Hasta tal punto que hay museos que exponen bocetos, estudios y maquetas que pueden tener su valor para los estudiosos y expertos pero no para el gran público.

El Sena en Champrosay: un paisaje horrendo para los detractores del pintor

Por suerte, en el tema de Renoir no todo son críticas. Los descendientes del pintor han hablado y su reacción no ha sido muy elegante: se han referido al valor de sus obras en términos económicos. Y hablando de dinero, no hay que olvidar la importancia del mercado del arte, muy voluble a las modas y los cambios de gustos estéticos. Es cierto que la cotización de sus obras ha bajado en los últimos años pero, aún así, sigue siendo un pintor muy valorado, sobre todo, su etapa impresionista. En su favor también se han expresado varios estudiosos del arte contemporáneo y se han publicado varios artículos, no muchos, en su defensa. El Museo de Orsay, que tiene en su colección bastantes renoirs, incluidos los más importantes, no se ha pronunciado oficialmente. De todos modos, en este enlace parece que sí defienden algo el estilo final, el más polémico y criticado, del artista del que poseen tantas obras. Se remarcan los nombres de sus obras magnas, casi todas reflejo de la vida en Montmartre, pero los detractores de Renoir contraatacan diciendo que la media docena de obras citadas por sus defensores son las únicas buenas de toda su carrera

El Moulin de la Galette es el cartel que nos da la bienvenida en el Museo de Orsay

Mucho más combativo se ha mostrado el Syndicat d'Initiatives de Montmartre que ha salido en defensa de su vecino, proclamándolo el más montmartrés de los pintores impresionistas y dedicándole la portada completa y un reportaje de seis páginas en el interior de su revista semanal.

 
Ejemplar de la Gaceta de Montmartre que publica el Syndicat d'Initiatives de Montmartre
 
Como ya he dicho antes, Renoir realizó sus mejores obras en los años que vivió en la colina (1873-1901) y la mayoría de ellos representan, además, la vida en el barrio. En el extenso reportaje de la revista, se comentan algunos hechos de su vida como su traslado al barrio en 1873 tomando como residencia un apartamento en la plaza Pigalle. Después se trasladó a la famosa casa del 12 de la rue Cortot, donde pintó el baile y otras escenas del ambiente de Montmartre. Es destacable el hecho de que Renoir incorporara gente anónima a sus cuadros, nada de grandes personajes ni modelos profesionales; quizá su mayor logro fue la representación de escenas cotidianas y festivas que vivía la gente normal. Francamente, los cuadros de Renoir ya son cursis pero la descripción que el Syndicat hace de ellos lo es más todavía. Por supuesto, también es importante hablar de sus paisajes como El jardín de la rue Cortot, en el que se ve una notable influencia de las estampas japonesas, tan de moda en ese momento entre los impresionistas. Después se trasladó a la calle Houdon y más tarde a la avenida Rochechouart. Durante casi treinta años, tanto sus residencias como sus talleres estuvieron siempre en Montmartre, aunque él y su familia vivieron varias mudanzas, en parte debido a los problemas económicos. En sus últimos años, y ya siendo un pintor alabado y comercial por sus cuadros tan del gusto burgués, se trasladó fuera de París, a la Costa Azul donde continuó pintando paisajes, esta vez mediterráneos, y retratos aunque el reumatismo cada vez más acentuado y otros problemas de salud le dificultaban mucho su labor. A partir de 1911, se dedica a pintar cuadros de su familia que se caracterizan por la cursilería, las formas redondeadas, los colores pastel, los gestos bucólicos...Sin duda, su última etapa muestra el declive absoluto de un pintor que para muchos ya resultaba ñoño y mediocre en su madurez. Y aquí es donde se ceban los de Renoir apesta.


El Moulin de la Galette, una de las estrellas del Museo de Orsay

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